29-11-08

Metro

Las multitudes compactas
Las ovejas díscolas y repetitivas
Los estudiantes
Los profesores
Los jefes
Los empleados
Los amores de mi vida que se pasean y van

Metro

Ese souvenir de sensasiones
Ese contacto inhumano de humanos
Ese reloj de imperfectas emociones

Son los guardias, los segundos, los atrasos (esperados y no)
Los delicados accidentes del sistema
Esos ojos inquisidores de la gente
Son los trazos amargos de la cordillera
Son los asientos en vías de extinción
Es la señora que utiliza su cartera como linchaco

Son los gases corporales de damas, caballeros y niños

Metro
¿100 centímetros?
Metro
Son los soles y las lunas que se esconden esporádicamente
Son las voces, los sonidos y las historias

Son los poemas los gritos los golpes los zapatos los colores los vestidos las gotas el sudor lo vidrios empañados los golpes secos

Son mis rodillas atormentadas

Es Javiera Parra
Son también lo poetas
Son los videos
Es la voz omnipresente multigenérica que anuncia con insistencia y periódicamente el detalle íntimo del cambio de aurora.

Son las ocho de la tarde.
Y siempre es hora peak en algún instante
de tu recuerdo
en mi Metro cuadrado

De 06:00 a 23:00 horas
aproximadamente.

28-11-08

Soliloquio del Personaje (¿Qué es lo que quieren?)

Hey, ustedes.

Me harté de los círculos vanos, de las sombras imperceptibles. De su compasión asquerosa, de la inconsistencia inerte. Qué quieren que haga si me harté de buscar palabras, de inventar mundos. De dibujar paisajes inciertos. Si todo es tan simple, ¿por qué nunca me detuve un momento? No pido mucho, quizás; en realidad, lo lamento…

¿Qué es lo que quieren? Si ella es mi causa, si ella es mi problema. Si me gusta y no la quiero. Si la quiero y a veces la invento. Si la veo y le converso ¿Qué quieren que haga? Si es todo tan fácil y tan cierto. Si todo sucedió y me quedan recuerdos. Si no ha pasado nada. Nada. Y el mundo sigue sin ningún tipo de remordimiento. ¿Para qué diablos es todo esto? Por un suspiro, una obra, una utopía, quizá un pedazo de silencio.

Díganme. Qué puedo hacer, qué es lo que quieren. Si ella es, y no es. Si ella es frágil. Si es entera. Si es el sexo y la delicadeza. Si es la noche y la primavera. Si no es nada, si no es tanto, si es apenas una compañera. Si no hay química ni amistad. Si me gusta más su espíritu que lo que realmente tengo, alcanzo, que observo. Si sólo soy yo cuando la pienso. Si la vida me ha enseñado que no basta con ternura, rabia, indiferencia, ¡mucho menos con esfuerzo! ¿Qué es lo que quieren? Si ya nada me importa, si ya nada me recuerda ¿qué es lo que quieren? En serio, ¿Qué es lo que quieren? Si ya no estoy seguro de mi existencia, ¿qué es lo que quieren? Si ya no sé siquiera si me entiendo ¿Qué es lo que quieren? Si estoy cansado, si les miro a los ojos y les pido derrotado ¿qué es lo que quieren? Díganme ¿Qué es lo que quieren?

Si ya no quiero arrancar más mis juegos de su lado...

Silencio

...
























Y entonces, tú.

23-11-08

De los sueños; la Alameda.



Y, entonces, se largó a llorar. Arrodillado, rodeado de todos y de nadie, lloró como siempre había querido; como sólo algunos sabían hacerlo. Lloró desconsolado y maltrecho. Lloró con rabia, con dolor, con orgullo, con fuerza y con silencio. Lloró como el obrero, como el idealista. Como el poeta y como el sistema. Como el dictador enamorado de sus miedos, como el perro que le ladra a la nada y a la niebla. Lloró. Arqueó su rostro en una mueca inenarrable, y completamente rendido, sintió cómo sus pupilas dilatadas comenzaron lentamente a nublarse.

Bajó la cabeza. Imaginaba la gente a su alrededor.

Los segundos comenzaron a fundirse en horas, las horas en minutos, y los minutos en instantes. El acuarela de su entorno comenzó a expandirse y difuminarse, a confundir líneas y detalles, a tonalizar todo paulatinamente de un color intenso, multiforme y melancólico; a ver cómo las gotas de sangre fueron poco a poco convirtiendo el lienzo en un desastre.

Gemía.

El ceño fruncido hendía en su frente una punzada de dolor gélido y constante. Los nudillos cayeron rendidos. Estaba cansado. Harto. Enfermo. El sudor le parecía una jugarreta del destino.

Se levantó.

Sus ropas, ajenas e incómodas, quedaron sentenciadas al cemento. Avanzó completamente desnudo por la Alameda. Hubiera deseado un poco de esperanza. Al menos un detalle. Quizá un poco menos de recuerdos.

Sin darse cuenta se encontró ante un espejo. Vislumbró su rostro curtido, sus ojos inertes, su torso blanquecino e impávido. Vio a sus amigos, a su familia, al amor de su vida. Los maldijo a todos. Uno por uno. Luego sintió deseos de abrazarlos.

Palideció aún más.

Recordó sus sueños, sus pequeñas quimeras olvidadas. Los gobiernos fallidos, y las democracias sin nombre. Acarició sus brazos mortecinos y sintió compasión de sí mismo.

Sin quererlo la vio caminar distraída, sonriendo levemente, cabizbaja y jugueteando con su pelo castaño y fugaz. Con su estampa delicada y su mirada trágica. La conoció, la supo, la realizó. Volvió a saber que era el único que realmente la había comprendido, que no había nadie más en el mundo que hubiera descifrado como él la llama azul y traviesa de sus labios. La quiso. Sabía que le hacía mal, pero la quiso. Escuchó atormentado su voz quebradiza, madura y sutil. Esa voz de mierda que era tan de todas como de ella al mismo tiempo. Esa voz fina, breve y utópica. Esa voz asquerosa que no hacía más que revelar la repugnante frivolidad de todo y de todos. La vio y la amó. Sabiendo que era mentira, la amó. Sabiendo que era mentira... la amó.

Bajó la vista y miró sus manos. Ya no quedaba casi nada. Apenas el silbido insondable del abatimiento. Sintió asco. Odiaba sentirse cobarde, le indignaba rozar su intrascendencia. Oprimía peligrosamente sus sienes, casi como si de esa forma pudiera contener la fuerza tórrida y abrumadora que le desbordaba desde sus entrañas. Casi como si apagando la vista pudiese acallar por fin el orgasmo brutal de lo inevitable.

Finalmente, en un suspiro desgarrador e imperceptible, acabó con todo aquello que pudiera recordarle una ilusión.

Secó su frente. Vendó sus yagas. Respiró. Aceptó sus dedos quebrados, su pecho herido, su espalda macerada y sus yugos inventados. Respiró y sostuvo aquél deletéreo encuentro por un par de segundos. Más alla de una cálida sensación de amargura, siguió adelante. Se tranquilizó y notó que un dejo de realidad cubría ahora cada uno de los matices de su existencia. Algo hacía que las cosas lucieran mucho más nítidas, claras, lúcidas. Comenzó a gustarle. "Caminar sobrio y pausado". Buscó sus pies; no había nada bajo ni sobre ellos. Tampoco distinguió sus muslos, su cadera, ni mucho menos un torso que le sostuviera. Miró en todas direcciones, pero la gente continuaba su viaje impertérrito y apresurado. Siguió buscando.Un montón de bolsos, abrigos, zapatos y maletines. Rió. Un semáforo en verde. Pavimento, construcciones, bocinas, un estornudo. Intentó una vez más.Gente. Más gente. Los sonidos y la gente. Un pedacito de aliento y, entonces, la gente.


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